jueves, 18 de junio de 2009

En torno a la Teoría de la Conspiración


En las últimas semanas, los planetas se han alineado para obligarme a postear: Una serie de noticias referentes a un tema muy querido por este blog se han publicado recientemente. A saber: las locas, locas complicaciones del caso David Carradine; la prohibición de la Coca-Cola Zero en Venezuela; el asesinato del guarda del Museo del Holocausto. Todas estas noticias versan, en un modo u otro, sobre lo mismo: una de las manifestaciones de la cultura pop más extremas: la Teoría de la Conspiración. Sí, un poco eso de que el hombre jamás pisó la luna, Elvis está vivo y el mundo lo controlan los Illumitati desde un armario escobero del Vaticano.

¿Y por qué dices tú, bloguero de pacotilla, que estas memeces son tan interesantes? Me alegra que me haga esa pregunta, señor alter ego. Las conspiraciones me parecen interesantes como manifestación extrema de un desequilibrio organizativo latente en nuestra sociedad. Y aquí es donde hacemos gala de impostada erudición:
Niklas Luhman habla sobre la progresiva complejidad del sistema social. Vamos, que viene a decir que, hoy por hoy, no hay dios que entienda cómo funciona la sociedad… “¿que tengo que ir a qué ventanilla de qué planta a pedir qué compulsa?, ¿cómo es que nadie predijo la crisis si ahora la entiende todo el mundo?, ¿por qué hay patatas fritas con sabor a “Champiñones a la crema”?”.

Este fenómeno provoca dos cosas: a) cierto gustico al decir “progresiva complejidad...” durante una conversación delante de un café y b) la necesidad de mecanismos simplificadores para que la sociedad comprenda el sistema. Lo que nos lleva directamente a la idea de otro teórico de la comunicación:
Habermas opina que es labor de los mass media “explicar” el mundo al ciudadano con el propósito de generar la opinión pública. Pero, ya el amigo Jürgen se dio cuenta, resulta que los medios no cumplen su labor muy bien debido a cierto afán propagandístico, los intereses publicitarios y una excesiva visión institucionalista. Fin de la impostura erudita. Vamos al turrón.

Conscientes de que los medios son tóxicos, estamos solos. Si la prensa no nos explican este complejo mundo, ¿quién lo hace? No todos tenemos el teléfono de Eduard Punset, así que buscamos otras fuentes de sabiduría. ¿Recuerdan de sus pinitos en filosofía el paso del mito al logos? Pues esto es un poco a la inversa pero no y tal. A ver si me explico: el mito es una explicación irracional y arbitraria sobre el mundo que dio paso al imperio de las explicaciones racionales y argumentadas. No hay duda de que las Teorías de la Conspiración son arbitrarias... pero también argumentadas. Y es que el punto número uno de una buena Teoría de la Conspiración es que funcione, que ate todos los cabos. Están, pues, a medio camino entre el mito y el logos: apelan simultáneamente a nuestro yo racional y a nuestro yo emotivo y “prejuicioso”.

Retomando y concluyendo: en un clima de desconfianza, las Teorías de la Conspiración son explicaciones populares a un todo complejo.

Hala, ya me he justificado como conspiranoico aficionado. Y miren que no tendría por qué:
somos legión. Hasta se hacen simposios sobre el tema. Pueden llamarlo moda, pueden llamarlo zeitgeist (yo lo prefiero: suena más interesante, sobre todo si lo sueltas en el café tras lo de “progresiva complejidad...”). Lo cierto es que, si entendemos el estudio de la Teoría de la Conspiración como reacción al efecto distorsionador de los medios, esto es, a “la realidad manipulada”, encontramos sobreabundancia de manifestaciones culturales relacionadas. La buena salud del mockumentary o, aquí en España, la creación de webs de noticias falsas como “El Mundo Today” o “El Garrofer” son la muestra de ello. Una reflexión irónica sobre la intrascendencia de la información. (Acerca de los dos medios reseñados apareció este viernes pasado en “EP3”, suplemento de “El País”, un interesante artículo).

Por supuesto, no hemos de confundir a los afectados por el zeitgeist (insisto: suéltenlo en un café, poniendo cara de oler a pedo), los estudiosos de la Teoría de la Conspiración, con los “conspiranoicos”. A veces costará distinguirles: el disfraz de la ironía es el camuflaje definitivo. Y es un traje muy sufrido, lo aguanta todo: Max Brooks, autor de
Guía de Supervivencia Zombie puede estar dos horas debatiendo sobre autodefensa contra muertos vivientes con el público asistente a sus ponencias. Si eso da miedo, los auténticos conspiranoicos dan mucho más.

Hablemos de uno de ellos: conspiranoico pata negra y cinco jotas (aunque “gilipollas” creo que se escribe con “g”). Es el asesino del guarda del Museo de Holocausto en Washington. La policía halló una nota en su coche donde decía que Obama “hará todo lo que le pidan los empresarios judíos. Los judíos han apresado el dinero de Estados Unidos y controlan los medios de comunicación”. El venerable anciano que escribió tan bellas líneas tiene 88 años. 88 es el número fetiche utilizado por varios grupos neonazis: equivale a “Hail Hitler” (“HH”, la hache es la octava letra del alfabeto). Qué miedito, ¿eh? Esto es lo que se llama rizar el rizo... ¿o debería decir el tirabuzón?


Si eso no es cara de conspirar, no sé lo que es.

Los judíos son víctimas de numerosas Teorías de la Conspiración. Y viene de largo. Por mucho que hayamos hablado de nuestra compleja sociedad y cómo los mass media distorsionan la información, una de las primeras Conspiraciones data de principios del siglo XX: los Protocolos de los Sabios de Sión. El panfleto ha sido desmentido mil veces, pero su intención de unir a judíos, masones y comunistas en un complot para controlar el mundo ha calado en muchas mentes.

Ojo que aquí la cosa se complica: los Protocolos son una conspiración urdida en torno a una Teoría de la Conspiración: fue una trola (que los judíos quieren controlara el mundo) deliberadamente creada, maquiavélicamente planificada para la obtención de un fin (la marginación del pueblo hebreo). Esto es, una conspiración real. Esto no es algo extraño, y es que generalmente crear Teorías de la Conspiración, vamos, inventarse bulos, produce cierto rédito al ideólogo. Desde el “señorita, mi perro se comió los deberes” al “señorita, los judíos son una raza inferior que pretende controlar el mundo y circuncidarnos a todos” no hay tanta distancia.

Aquí es donde entra otra noticia de actualidad: Chávez prohibió en Venezuela la Coca-Cola Zero por dañina. Se trataría, de nuevo, de un bulo interesado: una conspiración basada en inventarse otra. Quizá les parezca apresurada esta categorización, pero tengo mis razones: la Coca-Cola, indiscutible icono pop, siempre ha sido muy tentadora para los conspiranoicos: que si sus inventores nunca viajan juntos en avión, que si contiene cocaína, que si su logo tipográfico esconde la figura de un señor esnifando una raya (en serio, me lo han llegado a contar)... Vamos, que Chávez no ha hecho más que abundar en la idea: ha reforzado una leyenda urbana (versión “Zero”... perdón, “light”, de una Teoría de la Conspiración).

En cuanto a la razón que tengo para llamar conspiración a la maniobra de Chávez es, aparte del amor que siento por la palabra, el indudable interés del que urde la trama: al igual que los “Protocolos...” fueron perpretrados para descalificar a los judíos, lo de la Coca-Cola Zero no es sino una suerte de venganza del político venezolano hacia la poderosa empresa imperialista. Y es que la Coca-Cola Zero, para Chávez, “huele a asssufre”.

De todas formas no son necesarios motivos políticos o ideológicos para parir una Teoría de la Conspiración. Que se lo digan a la familia de David Carradine. De su fallecimiento ya nos hicimos eco. Pero es que la cosa ha traído cola… y no lo digo porque Kwai Chang Caine muriese en pelotas. Bueno, no del todo. Resulta que, como ya sabrán (Rita lo contó), la familia afirma que el bueno de Carradine murió asesinado por una “secta de artes marciales” (sic.) a los que pretendía desenmascarar. Dejando a un lado qué huevos es una secta de artes marciales (¿la iglesia católica? Ellos también reparten hostias), el tema es tan delirante como interesante. Sin duda, ante la vergüenza que les daba que el bueno de David hubiese palmado empalmado (me disculpen el soez juego de palabras), optaron por una huida hacia delante… en mi modesta opinión, bastante más vergonzante que un (peligroso) juego erótico. ¿Qué motiva entonces a la familia y, más importante aún, a su abogado, a proferir semejante sandez? Seguramente así esperen movilizar en su favor una serie de opiniones, quizá minoritarias pero muy poderosas en lo que a generación de cultura pop se refiere. Exacto, lo han adivinado: me refiero a los conspiranoicos.




Al igual que la leyenda de Bruce Lee se hacía más grande cuanto más alcance tenía la idea de su “maldición”, es de suponer que los Carradine aspiran a convertir a su David en otro icono pop. El Pequeño Dragón y el Pequeño Saltamontes, mano a mano en el panteón de los malditos. Y sólo los conspiranoicos y sus profetas (los teóricos de la Conspiración) pueden conseguir algo así. No conviene, pues, infravalorar su poder. Aunque quizá es lo que ellos quieren... así, subrepticiamente, podrán controlar el mundo. Al fin y al cabo, ellos mataron a Kennedy.


1 comentario:

guotjapen dijo...

Joder, tío. Me parece acojonante que se te cuele una errata como la que te señalo: "que los judíos quieren controlara el mundo". Desacredita totalmente tu, por otra parte, bien argumentado post.
De nada.